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martes, 13 de marzo de 2012

Los Protocolos de los sabios de Sion

Hoy,  paso a publicar el décimo y último protocolo en este blog.  Para aquellos que sigan la lectura de los mismos, les  señalo a continuación la dirección donde podrán acceder a leer el  libro completo; (http://futurodelmundo.files.wordpress.com/2009/01/los-protocolos-de-sion.pdf ).  
Espero que la lectura de los mismos nos haya motivado a todos,  al menos, para seguir buscando una respuesta a cuanto sucede a nuestro alrededor.




PROTOCOLO X 

Empiezo hoy por repetir lo que ya os he dicho, rogándoos recordéis que los gobiernos y los pueblos no ven sino la apariencia de las cosas. y ¿cómo podrían desentrañar su sentido íntimo cuando sus representantes no sueñan sino en divertirse? Mucho importa para nuestra plática conocer este detalle, pues, nos servirá de mucho cuando lleguemos a tratar y discutir sobre la división del poder, la libertad de palabra, de prensa, de conciencia, el derecho de asociación, de la igualdad ante la ley, la inviolabilidad de la propiedad y domicilio, los impuestos y la retroactividad. Todas estas cuestiones son tales que nunca es necesario tratarlas ante el pueblo directamente y abiertamente. En los casos en que sea preciso tocarlas, no hay que enumerarlas, sino declarar en globo que los principios del derecho moderno son reconocidos por nosotros. La importancia de esta reticencia consiste en que un principio que no se nombre, nos deja en libertad de excluir esto o aquello, sin que nadie lo advierta, mientras que si los enumeramos tenemos que aceptarlos sin reservas. El pueblo siente un amor particular y una grande estimación por los genios políticos y responde a todos sus actos de violencia con estas o parecidas palabras: . Es un canalla, pero qué listo!...¡Esto es el colmo de la habilidad! . Qué golpe más bien dado. ¡Pero qué bribón! Nosotros contamos con atraer a todas las naciones para la construcción de un nuevo edificio fundamental del que tenemos ya proyectado el plan. He aquí por qué, ante todo, tenemos necesidad de hacer provisión de esta audacia y fuerza de espíritu que en la persona de nuestros actores han de destruir todos los obstáculos que se oponen a nuestro paso. Una vez dado nuestro golpe de estado diremos a los pueblos: Todo iba horriblemente mal; todos hemos tenido que sufrir por una causa o por otra; esto era ya insoportable. Hemos destruido las causas de vuestros sufrimientos, las nacionalidades, las fronteras, la diversidad de monedas. Indudablemente que sois muy libres de jurarnos obediencia o no; ¿pero podéis hacerlo con justicia si lo hacéis antes de experimentar lo que os hemos dado?...
Entonces nos exaltarán y llevarán en triunfo con un entusiasmo unánime, y lleno de esperanzas. El sufragio universal, del que hemos hecho el instrumento de nuestra entronización, y al que hemos acostumbrado a los más insignificantes iniciados que forman parte de la colectividad humana, por medio de reuniones, de grupos y de alianzas, representará por última vez su papel expresando el voto unánime de la humanidad de conocernos antes de juzgarnos. Para esto es necesario arrastrar a todo el mundo hacia el sufragio universal, sin distinción de clases y sin censos electorales, para establecer así el absolutismo de las mayorías que no se puede obtener de las clases de contribuyentes y pensantes. Una vez acostumbrado el mundo de esta manera a la idea de su propio valer, queda destruida la importancia de la familia cristiana y las trascendencias que tiene en la educación y no permitiremos que surjan personalidades a las que las turbas, dirigidas por nosotros, no permitirán que se destaquen ni siquiera que levanten la voz; las multitudes están acostumbradas a no escuchar sino a nosotros, que les pagamos su obediencia y su atención. De esta suerte haremos del pueblo una fuerza tan ciega, que no habrá en el Estado
ninguno que esté dispuesto a hacer cualquier movimiento sino bajo la dirección de los agentes que nosotros pongamos para que los dirijan como jefes. El pueblo se someterá a esta dirección, pues sabe bien que de esos nuevos jefes dependen las ganancias, las gratuitas recompensas y toda clase de bienes. Un plan de gobierno debe ser proyectado por un solo hombre, pues resultaría incoherente si muchos talentos se distribuyen la tarea de formarlo. Así, nosotros podemos conocer un plan de acción; pero no debemos discutirlo para no romper su carácter peculiar, la trabazón de sus partes, la fuerza práctica y la significación oculta de cada uno de sus puntos. Que el sufragio universal lo discuta y lo manosee, por decirlo así, y esto sólo bastará para que adquiera el carácter de  todas las falsas concepciones de inteligencias que no penetran la profundidad y el enlace de los pensamientos. Sean nuestros planes sólidos y bien concebidos como es necesario. Por eso no debemos arrojar las producciones de talento de nuestros jefes a los pies de las multitudes, ni abandonarlas tampoco en manos de sociedades de cortos alcances. Estos planes no destruirán por lo pronto las instituciones modernas. Solamente modificarán su economía, y en consecuencia, todo su desarrollo que se orientará de conformidad con nuestros proyectos. Casi en todas las naciones existen las mismas cosas, aunque tal vez con distintos nombres: la Representación, los Ministerios, el Senado, el Consejo de Estado, el Cuerpo Legislativo v el Cuerpo Ejecutivo. No tengo necesidad de explicaros el mecanismo de las relaciones de estas instituciones entre sí, porque os es bien conocido; notad solamente que cada una de estas instituciones corresponde a una función importante del Estado, y os ruego que toméis también en consideración que es la función y no la institución la que yo llamo importante, no son, pues, las instituciones las que son de importancia, sino sus funciones. Las instituciones se han distribuido entre sí todas las funciones del gobierno: funciones administrativas. legislativas y ejecutivas. De esta manera, las instituciones trastornamos una parte de la máquina del Estado, éste caerá enfermo como el cuerpo humano, y morirá. Después de haber inoculado en el organismo del Estado el veneno del Liberalismo, toda su constitución se ha trastornado; los estados están enfermos de una enfermedad mortal, la descomposición de la sangre; no queda ya más que esperar que el término de su agonía. Del Liberalismo han nacido los gobiernos constitucionales que han reemplazado entre los Cristianos a una saludable autocracia, y la constitución, como sabéis vosotros, no es más que una escuela de desórdenes, de malas inteligencias, de discusiones, de disputas, de agitaciones estériles de partidos; en una palabra, es la escuela de todo aquello que hace a un Estado perder su personalidad e individualidad. La tribuna lo mismo que la prensa, ha condenado a los gobiernos a la inacción y a la debilidad y los han hecho poco necesarios, inútiles, lo que fácilmente explica que sean derribados. La era republicana ha llegado así a ser posible; hemos reemplazado el gobierno por una caricatura de gobierno, por un presidente que sacamos de la multitud, de entre los miles de hechuras y esclavos nuestros. Allí está el fondo de la mina cavada por nosotros bajo el suelo de los pueblos cristianos. En porvenir no lejano, crearemos la responsabilidad de los presidentes. Entonces, sin molestarnos, provocaremos acontecimientos de los que nuestra creación impersonal tendrá que responder. ¿Qué nos importa si las filas de los que aspiran al poder se van aclarando, si surgen dificultades capaces de desorganizar completamente una nación?.. En previsión de este resultado, fraguaremos la elección de presidentes que tengan en su pasado alguna mancha infamante oculta, algún Panamá. El temor a las revelaciones y al escándalo y el deseo de todo hombre que llega al poder de conservar sus privilegios y los honores que consigo lleva el puesto, los convertirán en fieles ejecutores de nuestras órdenes. La Cámara de Diputados encubrirá, defenderá, elegirá a los presidentes; pero le quitaremos el derecho de iniciar leyes y de modificarlas: este derecho se le adjudicará al presidente, que no será sino un juguete en nuestras manos. El poder  del gobierno vendrá a ser blanco de todos los ataques. Nosotros le daremos el derecho de apelar a la decisión del pueblo, sin tener que acudir a la intervención de sus representantes, la Cámara; es decir: el derecho de recurrir a nuestro servidor ciego e incondicional: la mayoría. Además, daremos al presidente el derecho de declarar la guerra. Fundaremos este último derecho alegando que el presidente, como jefe de todo el ejército de la nación, debe tenerlo a su disposición para defender la nueva constitución republicana, de la que él, el presidente, es el representante responsable. En estas condiciones el Jefe del Santuario (la llave de la situación) estará en nuestras manos y nadie, excepto nosotros, podrá encauzar la fuerza legislativa. Retiraremos además a la Cámara, al implantar la nueva Constitución, el derecho de interpelación, bajo el pretexto de que ese derecho es contrario a la salvaguardia del secreto político. Igualmente restringiremos por la nueva Constitución el número de representantes al mínimum, lo que producirá el efecto de disminuir un tanto las pasiones políticas y la pasión por la política. Si, contra lo que esperamos, esas pasiones políticas se despertaran aún en ese corto número de representantes, lo reduciremos a nada, por medio de un llamamiento a la mayoría del pueblo. Dependerán del Presidente los nombramientos de presidente y vicepresidente de la Cámara y del Senado. En lugar de sesiones parlamentarias permanentes, limitaremos las sesiones a unos meses. Además el Presidente, como jefe del poder ejecutivo, tendrá el derecho de convocar o disolver el parlamento, y en este último caso, el de aplazar el momento para una nueva convocación. Pero, para que las consecuencias de todos estos actos, realmente ilegales, no recaigan sobre la responsabilidad establecida por nosotros del presidente, en lo relativo a nuestros planes, sugeriremos a los ministros y demás funcionarios que rodean al Presidente la idea de sobrepasar las disposiciones de éste, con sus propias medidas, de tal manera que ellos (los ministros) vengan a resultar los responsables. Aconsejamos encomendar esta actuación, principalmente, al Senado o al Consejo de Estado o de Ministros, más bien que a un solo individuo. El Presidente interpretará conforme a nuestros deseos las leyes existentes que sean susceptibles de distintas interpretaciones; las anulará cuando le demostremos la necesidad de hacerlo; tendrá derecho de proponer leyes provisionales, y aun nuevo cambio de Constitución, con pretexto del bien supremo del Estado. Estas medidas nos darían el medio de destruir poco a poco y paso a paso todo aquello que en el momento de posesionarnos del poder nos hayamos visto obligados a incluir en las Constituciones de los pueblos; por este medio pasaremos insensiblemente a la supresión de toda Constitución cuando llegue la ocasión y el momento de agrupar todos los gobiernos bajo nuestra autocracia. El reconocimiento de ella puede llegar antes de la supresión de la Constitución, si los pueblos, cansados de tantos desórdenes y de la frivolidad de sus gobernantes dan engritar. Echadlos y dadnos un rey universal que pueda unirnos y acabar conlas causas de nuestras discordias: las fronteras internacionales, las religiones, los cálculos e intereses de Estado: un rey que nos dé esta paz, esta tranquilidad que no podemos alcanzar con nuestros gobernantes y representantes. Sabéis muy bien vosotros que para que estos deseos se realicen es necesario perturbar constantemente en todos los pueblos las relaciones entre ellos y sus gobiernos, con el propósito de cansar a todo el mundo con la desunión, la enemistad, el odio, y aun con el martirio, el hambre, la propagación de enfermedades y la miseria para que los Cristianos no encuentren otra salvación que la de recurrir a nuestra plena y absoluta soberanía. Si damos a los pueblos una tregua para respirar, tal vez el momento favorable no llegará jamás. 



miércoles, 8 de febrero de 2012

PROTOCOLO IX




En la aplicación de nuestros principios debéis atender al carácter del pueblo en medio del que vivís y tenéis que operar: Una aplicación general y uniforme de estos principios, antes que hayamos reeducado al pueblo, no puede dar buenos resultados. Pero aplicándolos prudentemente veréis que no pasarán diez años sin que el carácter más obstinado no haya sufrido transformación y que no contemos con un pueblo más, bajo nuestra dependencia. Cuando llegue nuestro reinado, sustituiremos nuestras palabras de orden liberal LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD no por otras palabras de orden, sino por las mismas trasladadas a su rango de meros conceptos abstractos; nosotros diremos: el derecho a la libertad; el deber de la igualdad; el ideal de la fraternidad. Cogeremos al toro por los cuernos, sin tapujos ni reticencias: hemos destruido ya todos los gobiernos excepto el nuestro; más aún, en muchas partes el nuestro es ya un gobierno de jure. En la actualidad, si hay algunas naciones que levantan protestas contra nosotros, es por mera fórmula, u obedeciendo a nuestros deseos o mandatos, porque el Antisemitismo nos es en cierto modo necesario para gobernar a nuestros hermanos menores. No os explicaré esto con mayor claridad, pues es punto que más de una vez ha sido tratado en nuestras reuniones. En realidad, no hay ya más obstáculos que nos detengan en nuestro camino. Nuestro Super-Gobierno se halla en las condiciones extralegales que se ha convenido en llamar con una palabra demasiado enérgica: DICTADURA En conciencia, puedo afirmar que actualmente somos los legisladores los que dictamos sentencias en materia de justicia, los que condenamos a muerte y otorgamos gracia: Somos como el jefe de un gran ejército y marchamos a su frente, jinetes en el brioso corcel de su general supremo. Gobernaremos con mano firme, pues tenemos en ella las riendas de un partido que fue fuerte en otro tiempo, hoy sometido a nosotros. Tenemos en nuestras manos ambiciones desmedidas, avideces ardientes, venganzas despiadadas, odios rencorosos. De nosotros proviene ese terror que todo lo ha invadido. Bajo nuestras órdenes militan hombres de todas las opiniones, de todas las creencias; restauradores de la monarquía, demagogos, socialistas, comunistas, y todo género de utopías; a todo el mundo hemos enganchado en nuestra empresa, y cada uno de ellos va minando las ruinas de poder y se afana por acabar de derribar lo que aún queda en pie. Todas las naciones experimentan convulsiones y reclaman tranquilidad; están prontas a sacrificarlo todo a cambio de un poco de paz; pero esa paz anhelada no se la daremos mientras no reconozcan nuestro Super-Gobierno abiertamente y con completa sumisión. El pueblo todos los días está gritando que es necesario dar una solución a la cuestión social por medio de un acuerdo internacional en la materia. La división del pueblo en partidos lo ha puesto en nuestras manos, pues para sostener una lucha es indispensable dinero, y el dinero somos nosotros los que lo tenemos en nuestro poder. Podríamos temer una alianza de la fuerza inteligente de los gobernantes con la fuerza ciega de los pueblos, pero hemos tomado todas las medidas que dicta la prudencia para conjurar este peligro: entre esas dos fuerzas hemos levantado una muralla, esto es un terror recíproco. De esta suerte la fuerza ciega del pueblo nos sirve de apoyo y sólo nosotros la podremos dirigir con toda precisión hacia nuestros fines. Y para que las manos de ese ciego, el pueblo, no puedan rechazar nuestra dirección, necesitamos de tiempo en tiempo ponernos en contacto directo con él, si no personalmente, al menos con la intervención de nuestros hermanos más fieles. Cuando ya seamos un gobierno reconocido, conversaremos nosotros mismos con el pueblo en las plazas públicas; lo instruiremos respecto de las cuestiones políticas en el sentido que nosotros necesitamos. ¿Cómo verificar lo que se enseña en las escuelas del pueblo?. Lo que diga el comisionado del gobierno o el mismo gobernante, no puede dejar de conocerse luego en todo el Estado, porque se difundirá inmediatamente por la voz del pueblo. Para no destruir prematuramente las instituciones de los Cristianos, hemos movido por medio de una mano inteligente todos los resortes de su mecanismo. Estos resortes estaban dispuestos en un orden severo, pero justo; nosotros los hemos reemplazado por una arbitrariedad desordenada. Hemos desarreglado la jurisdicción, las elecciones, la prensa, la libertad individual, y más que nada, la educación y la instrucción, que son las piedras angulares en las que la existencia libre debe descansar.Hemos corrompido, embrutecido y prostituido la juventud cristiana por una educación cimentada en principios y teorías que sabemos son falsos y que no obstante han sido inspirados por nosotros.A más de esto, las leyes existentes, sin mudarlas en su esencia, las hemos desfigurado con interpretaciones
contradictorias, obteniendo resultados admirables. Estos se manifiestan desde luego en esas glosas y comentarios, disfrazando las leyes, han sido ocultadas discretamente a los ojos de los gobernantes y las han dejado imposibles de reconocer en medio de una legislación por demás embrollada.De aquí procede la teoría del tribunal de la conciencia. Y vosotros diréis que si los pueblos se dan cuenta antes de tiempo de estas maniobras, se revolverán contra nosotros con las armas en la mano; pero si llegara este caso, en todos los países de Occidente tenemos preparada una maniobra tan terrible, que aún los ánimos más esforzados temblarán: en todas las grandes capitales se irán estableciendo Los metropolitanos (tranvías subterráneos) y nosotros los volaremos por medio de la dinamita con todas las organizaciones y todos los documentos del país.

viernes, 20 de enero de 2012

Los Protocolos de los sabios de Sion

PROTOCOLO VIII




Debemos encontrar en las sutilezas y minucias del lenguaje jurídico una justificación para aquellos casos en que nos veamos en la necesidad de pronunciar sentencias que pudieran parecer demasiado atrevidas o injustas; pues importa mucho al formular tales sentencias hacerlo en términos que revistan la apariencia de máximas morales muy elevadas y un aspecto netamente legal. Nuestro gobierno debe rodearse de todas las fuerzas de la civilización, en  medio de la que tiene que operar. Conforme a esto, se rodeará de publicistas, de jurisconsultos experimentados, de hacendistas, de diplomáticos, en una palabra, de hombres preparados por una educación superior especial en es cuelas también especiales. Estos hombres deberán conocer los secretos de la existencia social, todos los idiomas  formados de letras y de palabras políticas; deberán tener conocimiento de las inclinaciones y costumbres de la  naturaleza humana, de sus cuerdas sensibles que deben saber tocar con acierto. Estas cuerdas son: la ternura del alma de los Cristianos, sus inclinaciones, sus debilidades, sus vicios y sus cualidades, sus particularidades de clase  y condición. Ya se sobreentiende  que esos colaboradores de nuestro gobierno no serán sacados de entre los  Cristianos acostumbrados a desempeñar el trabajo administrativo sin preocuparse  del resultado feliz.  Los  gobernantes cristianos firman los papeles sin leerlos; sirven por interés personal o por ambición. Rodearemos  asimismo nuestro gobierno de todo un mundo de economistas. He aquí por qué las ciencias económicas son las más   útiles y por qué importa tanto que se enseñen a los judíos. Estaremos rodeados de una pléyade de banqueros,  industriales, capitalistas y más que todo esto, de millonarios, supuesto que, en último término los guarismos son los  que todo lo deciden. Por algún tiempo. mientras llega el momento de confiar sin peligro los puestos de  responsabilidad en los gobiernos de las naciones a nuestros hermanos judíos, los encomendaremos a individuos cuyo pasado y carácter sean tales que en caso de desobediencia a nuestros mandatos no les quede otra cosa que  esperar sino el destierro o la muerte; así ellos defenderán nuestros intereses hasta el último aliento.




miércoles, 11 de enero de 2012

Los Protocolos de los sabios de Sion

                                                       PROTOCOLO VII



El aumento de los Ejércitos y de la Policía es complemento necesario del plan que hemos expuesto.   Es necesario que en todos los Estados no queden fuera de nosotros sino las masas de proletarios, algunos millonarios que nos sean adictos, policías y soldados. En toda Europa, lo mismo que en los otros continentes, tenemos que suscitar la discordia, el odio y el desorden. El provecho de estos disturbios es doble. Por un lado, el respeto de todos los países que así sabrán que podemos, cuando queramos, provocar el desorden o restablecer el orden, por otro, todos los Estados se acostumbrarán de este modo a considerarnos como una carga necesaria. En segundo lugar, nuestras intrigas enredarán todos los hilos que tenemos tendidos en los Gabinetes de las Naciones, y esto por medio de la política, de convenios económicos y arreglos financieros. Para llegar a nuestros fines necesitaremos desplegar una astucia muy grande en el curso de los arreglos y conferencias; pero, en lo que se llama lenguaje oficial, seguiremos una táctica opuesta apareciendo siempre como honrados y conciliadores. De esta suerte, los pueblos y los gobiernos de los Cristianos, a quienes tenemos ya acostumbrados a no ser más que la apariencia de las cosas que les presentamos, nos tendrán una vez más por los bienhechores y salvadores del género humano. 
cualquier oposición que surja deberemos estar en aptitud de hacer declarar la guerra por la Nación vecina a los que se atreven a enfrentársenos; y si esta Nación vecina tuviera el atrevimiento de formar una alianza contra nosotros, deberemos rechazarla por una guerra general. El camino que más seguramente lleva al éxito en política es el secreto en todo lo que se emprende: la palabra del diplomático nunca debe estar de acuerdo con sus actos.
Debemos obligar con eficacia a los gobiernos cristianos a obrar según el plan que hemos concebido con amplitud y que toca ya a su fin. La opinión pública nos ayudará; esta opinión pública, que es la gran potencia, la prensa, secretamente ha venido también a caer en nuestras manos. Con pocas excepciones, sin importancia que es inútil tener en cuenta, la prensa toda depende de nosotros. En una palabra, para abreviar: he aquí nuestro sistema de coerción de los gobiernos cristianos en Europa. A uno, le haremos ver nuestra fuerza por medio de los atentados, esto es, del terror; a todos, si es que todos se revuelven contra nosotros, contestaremos con los cañones americanos, chinos o japoneses.



viernes, 9 de diciembre de 2011

Los Protocolos de Sion

  • A LA CONQUISTA DEL MUNDO

    PROTOCOLO VI

    Muy pronto constituiremos enormes monopolios, verdaderos almacenes de riquezas colosales, a los que los capitales de los Cristianos, aun los más grandes, defenderán de tal manera que al final serán absorbidos, así  como el crédito de los Estados en vísperas de una catástrofe política. Señores economistas que estáis aquí presentes, ¡Considerad la importancia de esta combinación!.... Necesitamos por todos los medios posibles tratar de explicar y desarrollar la importancia de nuestro Super Gobierno, representándolo como el protector y remunerador de todos los que voluntariamente se le sometan. La aristocracia de los Cristianos como fuerza política ha desaparecido y ya no tenemos que tomarla en cuenta; pero como propietaria de bienes territoriales, puede perjudicarnos en proporción de la independencia que pueden proporcionarle esos recursos. Es, pues, absolutamente necesario despojarla totalmente de sus tierras. El medio más eficaz para conseguirlo es el de aumentar los impuestos sobre la propiedad territorial a fin de gravar la tierra. Esta medida mantendrá la propiedad territorial en una dependencia absoluta. Los aristócratas Cristianos, al pasar la propiedad de padres a hijos, no sabiendo contentarse con menos de lo que tenían, quedarán arruinados. Al mismo tiempo hay que proteger eficazmente el comercio y la industria, y más todavía, la especulación, cuyo papel es servir de contrapeso a la industria. Sin la especulación, la industria aumentaría los capitales particulares, mejoraría la agricultura, librando las tierras de los gravámenes asignados por los préstamos de los bancos hipotecarios de crédito territorial. Es necesario que la industria prive a la tierra del fruto, tanto del capital como del trabajo, y que ponga en nuestras manos para la especulación todo el oro del mundo, obligados en fuerza de estas combinaciones a quedar relegados a las filas del proletariado, todos los Cristianos se inclinarán ante nosotros para tener como único derecho el de existir. Para arruinar la industria de los Cristianos daremos un gran impulso a la especulación y al gusto por el lujo, ese lujo que todo lo devora. Haremos subir los salarios, pero de tal manera  que esta alza no reporte ningún provecho a los obreros, porque al mismo tiempo habremos provocado el encarecimiento de todos los artículos de primera necesidad, haciendo creer que ese encarecimiento es debido a la decadencia y postración de la agricultura y a la

  • misma elevación de los jornales, y minaremos además profundamente las fuentes de producción habituando al obrero a la anarquía y a la embriaguez, y tomaremos también todas las medidas posibles para quitar la tierra de las manos de los Cristianos inteligentes. Para impedir que esta situación sea conocida antes de tiempo bajo su verdadero aspecto, disfrazaremos nuestros verdaderos designios con el aparente deseo de servir y ser útiles a los obreros y de propagar los grandes principios económicos que enseñamos en los tiempos actuales.


  • domingo, 4 de diciembre de 2011

    Protocolo V

    • Que tal amigos, lo prometido es deuda, perdonad la tardanza de esta semana, pero he tenido ciertos inconvenientes que me han impedido colocar el artículo  antes, saludos y...  ahí va ese quinto protocolo 
       
       
        
       Un plan para la nominación del Mundo
        
      Protocolo V





      ¿Qué forma de gobierno puede dárseles a sociedades en las que la corrupción ha penetrado hasta lo más íntimo,en las que no se llega a la riqueza sino por medio de sorprendentes y hábiles combinaciones que pueden ser juzgadas como fraudes o robos disimulados; en las que reina la licencia de costumbres, en las que la moralidad sólo se mantiene por medio de penas y severos reglamentos y no por principios voluntariamente aceptados, en las que los sentimientos de Religión y Patria apenas viven, ahogados por las creencias cosmopolitas? ¿Qué forma de gobierno dar a esas sociedades sino la forma despótica que describiré más adelante?. Nosotros arreglaremos mecánicamente todos los actos de la vida política de nuestros súbditos por medio de leyes nuevas. Esta leyes reprimirán una por una todas las complacencias y las más grandes libertades que fueron decretadas por los Cristianos, y nuestra dominación se distinguirá por un despotismo tan manifiesto y tan grandioso que estará encondiciones en cualquier tiempo y lugar de hacer callar a los Cristianos que intenten oponérsenos y vivan descontentos de nuestro gobierno. Pero se nos podrá objetar que este despotismo de que hablo no está en armonía con los progresos modernos. Yo demostraré lo contrario. Cuando los pueblos veían las personas de los reyes y gobernantes como una verdadera emanación de la Voluntad Divina, se sometían sin murmuraciones al absolutismo de los reyes; pero hoy, que nosotros les hemos sugerido la idea de sus propios derechos, los gobernantes son considerados como unos simples mortales. La unción divina ha caído de la  frente de los reyes, después que nosotros arrebatamos al pueblo su creencia en Dios; su autoridad ha rodado por las calles. esto es, por los lugares que son de pública propiedad, y nosotros la hemos recogido y nos hemos adueñado de ella. Además, el arte de gobernar a las masas y a los individuos. por medio de una teoría, de una fraseología hábilmente combinada, por reglamentaciones de la vida social y por toda clase de medios ingeniosos, de los que los Cristianos no entienden una palabra, forma también parte de nuestro talento de gobierno, educado por el análisis. en la observación, en tales sutilezas de conceptos en los que nadie puede igualarnos, así como tampoco en concebir planes de acción política y de solidaridad. Únicamente los jesuitas podrían igualarnos en este respecto, pero ya hemos tenido buen cuidado de desacreditarlos a los ojos de las multitudes estúpidas; porque ellos forman una organización visible, en tanto que nosotros permanecemos en la sombra con nuestra organización secreta. Por lo demás, ¿qué importa al mundo quién será su amo? ¿Qué le importa que sea el Jefe del Catolicismo o nuestro Déspota de la sangre de Sión?. Pero para nosotros, que formamos el pueblo elegido, la cuestión está muy lejos de sernos indiferente. Una alianza universal de los Cristianos podría, tal vez, dominarnos por algún tiempo; pero nos hemos precavido contra este peligro por medio de los gérmenes de profunda discordia que hemos procurado sembrar en sus corazones y que nadie puede ya desarraigar. Hemos enfrentado unos a otros los cálculos individuales y nacionales de los Cristianos; sus odios religiosos y radicales que venimos fomentando y cultivando desde hace veinte siglos. Por esto, ningún gobierno encontrará auxilio en parte alguna. Cada uno pensará que una alianza contra nosotros es desfavorable a sus intereses. Somos muy fuertes. Es necesario que se nos tome en cuenta. Las Potencias no pueden concluir el más insignificante tratado sin que nosotros también tomemos parte en él. Per me reges regnant- por mí reinan los reyes, han dicho nuestros profetas, y que somos los elegidos por Dios mismo, para dominar toda la tierra. Dios nos ha dado el genio para que podamos llegar hasta el fin de este problema. Hubo un caudillo y guía que hubiera podido luchar contra nosotros con éxito; pero el recién llegado siguió un camino distinto del que llevaba el viejo habitante; la lucha contra nosotros habría sido a muerte y tal como el mundo jamás la habría visto. Luego... esos hombres de genio llegarían demasiado tarde. Todas las ruedas del mecanismo de los gobiernos dependen de un motor que está en nuestras manos: este motor es el oro. La ciencia de la Economía Política, inventada por nuestros Sabios, nos ha dado a conocer, después de mucho tiempo, el prestigio y valor del oro. El capital, para tener libertad de acción necesita obtener el monopolio de la industria y del comercio, lo que ya está en vías de realizarse, mediante una mano que opera en todo el mundo, pero que es invisible. Esta libertad dará más importante desarmar a los pueblos, que empujarlos a la guerra; utilizar sus pasiones enardecidas para nuestro provecho mejor que calmarlas; importa más adueñarse de las ideas de otros y comentarlas, mejor que suprimirlas. El problema capital de nuestro gobierno está en debilitar el espíritu público por la crítica; en hacerle perder la costumbre de pensar, pues la reflexión da origen muchas veces a la oposición; en distraer las actividades de los espíritus con banales escaramuzas y torneos de oratoria. Los pueblos, lo mismo que los individuos, siempre han tomado como hechos las palabras, pues, contentándose con la apariencia de las cosas, raras veces se toman el trabajo de examinar si las promesas que se les hacen, relativas a la vida social, sigue su cumplimiento efectivo. Por esta razón nuestras instituciones deberán presentar una hermosa fachada que demuestre elocuentemente los beneficios que puede reportar el progreso a todos los hombres. Debemos apropiarnos la fisonomía de todos los
    • partidos, de todas las distintas tendencias y enseñar a nuestros oradores a hablar tanto, que el mundo se canse de  oírlos. Para adueñarse de la opinión pública es necesario tenerla siempre suspensa y vacilante, expresando por  todos lados y por largo tiempo tantas opiniones contradictorias, que los Cristianos acaben por perderse en este  laberinto de ideas y por persuadirse que es mejor para ellos no tener opinión ninguna en política. Cuestiones son  éstas que la Sociedad no debe conocer. Este es el primer secreto. El segundo, necesario también para gobernar  con éxito, consiste en multiplicar de tal manera los defectos del pueblo, las malas costumbres, las pasiones, los  reglamentos de la vida común, que no haya nadie capaz de desenmarañar este caos y que los hombres acaben por  no entenderse entre sí. Esta táctica nos dará también por resultado sembrar la discordia en todas partes y  disgregar todas las fuerzas colectivas que no hayan querido sometérsenos; desalentará toda iniciativa  personal, aun la más ingeniosa, y será más poderosa y eficaz que los mismos millones de hombres en cuyo seno hemos  sembrado la discordia. Necesitamos dirigir la educación de las sociedades cristianas en tal forma, que sus manos  caigan abatidas en un gesto de desesperada impotencia ante cualquier negocio que exija iniciativa. El esfuerzo que  se ejerce sobre el régimen de una libertad sin límites es impotente, porque tropieza con los esfuerzos libres de  otros. De aquí se originan molestos y enojosos conflictos morales, decepciones y fracasos.
    • NOSOTROS CANSAREMOS DE TAL MANERA A LOS CRISTIANOS CON ESTA LIBERTAD, QUE LES OBLIGAREMOS A QUE NOS OFREZCAN UN PODER INTERNACIONAL CUYA DISPOSICIÓN SERÁ TAL QUE SIN ROMPERLAS, PUEDA ENGLOBAR LAS FUERZAS DE TODAS LAS NACIONES DEL MUNDO Y FORMAR EL SUPERGOBIERNO UNIVERSAL.  
    •  En lugar de los actuales Gobiernos, estableceremos uno
      verdaderamente terrible que se llamará ADMINISTRACIÓN DEL SUPERGOBIERNO. Sus manos alcanzarán a todas partes, a manera de unas enormes tenazas, y su organización será tan colosal que ningún pueblo podrá dejar de sometérsenos. 

    martes, 22 de noviembre de 2011

    Los Protocolos de Sion

             Un Plan para la dominación  del mundo
                               PROTOCOLO IV


    Toda República pasa por distintas etapas. La primera comprende los primeros días de locura de un ciego que va     dando tumbos a diestra y siniestra. La segunda es la de la demagogia que da origen a la anarquía; después viene     infaliblemente el despotismo; pero no un despotismo legal y declarado, y por consiguiente, responsable; sino     desconocido, invisible, que, sin embargo, se hace sentir; un despotismo ejercido por una organización secreta que     obra con tanto menor escrúpulo cuanto que lo hace amparado y cubierto por distintos agentes, cuyo cambio, lejos     de perjudicarlo, lo sostiene más, dispensándole de gastar sus recursos, en recompensar largos servicios.  ¿Quién     puede destruir una fuerza invisible? Pues tal es la nuestra. La Franc-Masonería exterior no sirve más que para     encubrir nuestros designios; el plan de acción de esta fuerza, el punto mismo en que se apoya, quedarán siempre     para el pueblo en el más absoluto misterio. Aun la libertad podría ser inofensiva y existir en el Estado, sin dañar a     la prosperidad de los pueblos, siempre que descansara sobre el principio de la creencia de Dios, y de la verdadera     fraternidad humana, excluyendo la idea de igualdad, a la que aun las leyes mismas de la creación son contrarias,     supuesto que éstas establecen la subordinación necesaria. Con esa fe, el pueblo se dejaría gobernar bajo la tutela     de sus pastores espirituales, y caminaría sumiso y tranquilo bajo la mano de su párroco, resignado con la     distribución que Dios ha hecho de los bienes de la tierra. He aquí por qué es necesario quenosotros arruinemos la     fe y arranquemos de los espíritus cristianos el principio mismo de la Divinidad sustituyéndolo por los cálculos y las     necesidades materiales (!!!). Así, pues, para que los espíritus cristianosno tengan tiempo para pensar y reflexionar,     es necesario distraerlos por medio de la industria y del comercio. De esta suerte todos los pueblos buscarán su     provecho material, y luchando cada uno por sus propias ventajas, no darán ninguna importancia al enemigo común.
    Pero para que la libertadpueda de esa manera disolver y destruir completamente las Sociedades Cristianas, se     necesita hacer de la especulación la base de la industria, de tal manera que toda la riqueza que la industria     extraiga de la tierra, no quede en manos de los industriales, que se emplee en especulaciones, es decir, venga a     parar a nuestras cajas. La lucha encarnizada por la supremacía, los choques de la vida económica crearán, mejor     dicho,han creado ya, sociedades sin ideales, frías y carentes de sentimientos. Estas sociedades sentirán     repugnancia por la política noble y elevada y por la Religión.    Su único culto, su única guía será el cálculo, o lo que     es lo mismo, el oro, al que se tributará una verdadera adoración, por razón de los bienes materiales que     proporciona. Entonces, las clases humildes de los Cristianos nos seguirán en nuestra lucha contra las clases     elevadas y pensantes que están en el poder y son nuestros competidores, y nos seguirán, no ya para hacer el bien,     ni aun siquiera por adquirir riquezas, sino solamente para satisfacer su odio a los privilegiados.



    OBSERVACIONES: Los protocolos editados, podréis encontrarlos en  la carpeta:  PROTOCOLOS, a la que como sabéis,  se van añadiendo semanalmente nuevos protocolos hasta alcanzar la totalidad de los mismos.


    miércoles, 16 de noviembre de 2011

    LOS PROTOCOLOS DE SION

    Un plan para la dominación del mundo


    “Magen David” 
    Pabellón de los Judios en Praga




                     PROTOCOLO III


    La Libertad. Hoy puedo anunciaros que nos encontramos ya cerca del fin. Nos queda por recorrer un poco de camino y el círculo de la Serpiente Simbólica, representación de nuestro pueblo, quedará cerrado. Cuando esto se verifique, los Estados de Europa quedarán aprisionados como con un fuerte tornillo. Muy pronto quedará destruido el equilibrio constitucional, pues lo hemos falseado para que no cese de inclinarse ya a un lado, ya al otro hasta que por fin la balanza se desgaste. Los Cristianos creían haber establecido ese equilibrio sólidamente y siempre estaban esperando que los platillos de la balanza se igualaran. Pero los gobernantes, es decir, el fiel de la balanza, están protegidos por sus representantes que hacen mil tonterías y se dejan arrastrar por su poder sin control y sin responsabilidad. Este poder lo deben al terror que reina en los palacios. Los gobernantes no pueden siquiera acercarse a su pueblo, ni ponerse de acuerdo con él para defenderse contra los que aspiran al poder. La fuerza clarividente de los gobernantes y la fuerza ciega del pueblo divididas por nosotros, han perdido toda su importancia; separadas como están, son tan impotentes como el ciego sin su bastón. Para azuzar a los ambiciosos a abusar del poder, hemos enfrentado todas las fuerzas desarrollando sus tendencias liberales hacia la independencia. Hemos estimulado todo instinto tendente a este objeto; hemos armado a todos los partidos; hemos hecho del poder el blanco de todas las ambiciones. Hemos transformado todos los Estados en arenas en que se desarrollan todas las luchas. Un poco más de tiempo, y los desórdenes y las bancarrotas aparecerán por dondequiera. Charlatanes inagotables han transformado las sesiones de los parlamentos y las asambleas gubernativas en torneos oratorios. Periodistas audaces, panfletistas sin pizca de vergüenza, atacan todos los días a los gobernantes. Los abusos del poder prepararán finalmente el derrumbamiento de todas las instituciones y todo caerá destruido a los golpes de las turbas enloquecidas. Los pueblos están encadenados a un rudo trabajo, más fuertemente de lo que podrían encadenarlos la servidumbre y la esclavitud. Sería posible entrar en arreglos con ellos; pero de su miseria nadie puede librarlos. Los derechos que hemos consignado en las Constituciones son ficticios para las masas, no son reales. Todos estos llamados Derechos del pueblo no pueden existir sino en la imaginación, pero nunca en la realidad. ¿Qué puede significar para el proletario, para el obrero que vive encorvado sobre su rudo trabajo, agobiado por su miseria, el derecho que se concede al charlatán incansable, al periodista que escribe toda clase de necedades aun de asuntos serios que no conoce, desde el momento que el proletario no saca otra ventaja de la Constitución que las miserables migajas que dejamos caer de nuestra mesa como precio de un voto emitido conforme nuestra consigna en favor de nuestros agentes e intermediarios?. Los derechos republicanos, para el pobre diablo no son sino una amarga ironía; la necesidad de un trabajo diario no le permite gozar; pero en cambio, esos derechos le privan de la garantía de una ganancia constante y segura, y lo entregan atado de pies y manos a las huelgas, a los patronos o a los compañeros. Bajo nuestra dirección ha destruido el pueblo la aristocracia, que era su protectora, su bienhechora natural, porque sus intereses estaban inseparablemente unidos a la prosperidad del pueblo. Una vez destruida la aristocracia, el pueblo ha caído bajo el yugo de los acaparadores, de los ladrones enriquecidos que lo oprimen de manera despiadada y cruel. Nosotros debemos aparecer como libertadores del obrero de ese yugo que lo oprime, proponiéndole que se aliste en las filas de ese ejército de Socialistas, Anarquistas y Comunistas, que siempre mantenemos en pie, con el pretexto de solidaridad entre los miembros de nuestra Franc-Masonería social. La Aristocracia que disfrutaba, antes, enteramentedel derecho al trabajo de los obreros, tenía interés en que éstos vivieran bien alimentados, sanos y fuertes. A nosotros, por lo contrario, lo que nos interesa es que los Cristianos degeneren. Nuestra fuerza radica en el hambre crónica, en la debilidad del obrero. porque éstas lo subyugan a nuestro capricho, y porque así carecerá en su impotencia de la energía y la fuerza necesarias para oponerse a ese capricho. El hambre dará al Capital más derechos sobre el obrero que los que jamás otorgaron a la Aristocracia la ley y el poder de los monarcas (!!!).
    Mediante la miseria, el odio y la envidia que ella produce, manejaremos y utilizaremos sus manos para aplastar a los que se oponen a nuestros designios (!!!). Cuando llegue el tiempo de que nuestro rey universal sea coronado, esas mismas manos barrerán todo obstáculo que pudiera atravesarse en el camino a nuestro soberano. Los Cristianos han perdido la costumbre de pensar por sí mismos algo que sea distinto de lo que nuestros consejeros científicos les inspiran. Esta es la razón de que no vean la necesidad urgente de hacer ahora lo que nosotros haremos al advenimiento de nuestro reinado, esto es, enseñar en las escuelas primarias la única ciencia verdadera y la primera de todas, la ciencia del orden social, de la vida humana, de la existencia de las sociedades, que exige imperiosamente la división del trabajo, y por consecuencia la distinción de los hombres en clases y condiciones. Es preciso que todos sepan que en virtud de las diferentes actividades a que cada uno está destinado, la igualdad es Cristianos, enseñará a todos que el lugar y el trabajo de cada uno deben ser diferentes, como una consecuencia de la necesidad de relación que hay entre la educación y el mismo trabajo. Una vez que los pueblos estudien y aprendan esta ciencia, obedecerán gustosos a los gobiernos y al orden establecido por ellos en los Estados, y al contrario, en el actual estado de la ciencia, tal como nosotros la hemos hecho, el pueblo, creyendo ciegamente la palabra impresa, se alimenta de los errores que en su ignorancia, se le van insinuando por los iniciados en nuestros secretos, contra las otras clases sociales, que él cree superiores, porque no comprende la importancia de cada una de ellas. Cuando el pueblo ve que en nombre de la libertad, se le hacen tantas concesiones, y se tienen con él tantas complacencias, se imagina que es dueño y señor, y se echa sobre el poder; pero, naturalmente, tropieza como un ciego con una multitud de obstáculos; entonces se echa a buscar quien lo conduzca a través de esos obstáculos, y no encontrándolo, acoge la idea de volver a lo pasado y depone todos sus poderes a nuestros pies.
    Acordaos, si no, de la Revolución Francesa, a la que nosotros hemos dado el calificativo de grande; los secretos de su preparación no son demasiado conocidos, porque esa revolución, tal como fue, es obra de nuestras manos.
    Desde entonces vamos llevando al pueblo de un desengaño a otro, para que, al fin, abdique en nosotros su poder, en provecho del Rey Déspota de la sangre de Israel, que venimos preparando al mundo. En la actualidad, como fuerza internacional, somos invulnerables, porque, cuando se nos ataca en un Estado, en otros se nos defiende. Es la cobardía inmensa de los pueblos cristianos, que se arrastran ante la fuerza, que no tienen piedad para con la debilidad, ni misericordia para las faltas ligeras, pero sí indulgencia para el crimen; que no quisieran tolerar las contradicciones de la libertad, pero son sufridos hasta el martirio, ante la violencia de un audaz déspota; todo esto, favorece nuestra independencia. Toleran y sufren a los primeros ministros de estos tiempos con abusos, por el menor de los cuales harían rodar ensangrentadas las cabezas de veinte reyes. ¿Cómo explicar este fenómeno, esta inconsecuencia de las masas populares en presencia de hechosque parecen de la misma naturaleza? Este fenómeno se explica por el hecho de que estos dictadores- los primeros ministros- hacen, por medio de sus agentes, decir a sotto voce al pueblo, que si ellos causan tantos males a los Estados, es con el fin inmediato y último de alcanzar la felicidad de los pueblos, la fraternidad internacional, la solidaridad, la igualdad de derechos para todos. Naturalmente que no se les dice que esta unidad debe hacerse bajo nuestra autoridad. Y aquí tenéis al pueblo condenando a los justos y absolviendo a los culpables y cada vez más persuadido de que puede hacer cuanto le plazca. En estas condiciones, el pueblo destruye toda cosa estable y crea el desorden a cada paso. La palabra Libertad conduce a las sociedades humanas a la lucha constante contra toda fuerza, contra todo poder, aunque sea el de Dios y el de la Naturaleza. Aquí tenéis también por qué a nuestro advenimiento será necesario suprimir del vocabulario humano esta palabra, como principio de la brutalidad que transforma a las multitudes en bestias feroces. Es verdad que las fieras se adormecen cuando se las harta de sangre y que así puede encadenárselas fácilmente. Pero si no se las da sangre, no se adormecen y sus instintos de lucha se despiertan.

    OBSERVACIONES: Los protocolos editados, podréis encontrarlos en  la carpeta:  PROTOCOLOS, a la que como sabéis,  se van añadiendo semanalmente nuevos protocolos hasta alcanzar la totalidad de los mismos.



    viernes, 4 de noviembre de 2011

    LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SION

    PROTOCOLO I


    ¿Un plan para dominar el mundo? 
    Señalar que ha habido diversos debates sobre el origen de esta documentación.  Varios expertos concuerdan en que fueron creados en 1897 en el primer  congreso sionista celebrado en Basilea.
    No no hay evidencias claras tanto de su autenticidad como de lo contrario, en cualquier caso creo que se ciñen a la perfección, con la evolución politico-social que nos ha tocado vivir.
    La documentación esta dividida en 24 partes, es importante reseñar el significado de algunos términos usados en este documento:
       
    GOIM: (singular:Goy) Palabra hebrea que se usa en forma despectiva para referirse a los gentiles y que significa ganado.
    GENTILES: No Judios.
    MASONERIA: Sociedades secretas integrada por judios, que trabaja misteriosamente en la sombra.
    FRANCMASONERIA: Organización aristocrática dentro de la masonería. Rica y poderosa.


    OBSERVACION:
    Dado la amplitud del documento, cada parte o protocolo lo iré colgando en mi blog semanalmente.

     


    PROTOCOLO I


    El derecho sólo está en la Fuerza.- La Libertad no es más que una idea.- 

    Dejemos de lado toda fraseología; estudiemos en sí misma cada idea e ilustremos la situación por medio de comparaciones y deducciones. Voy, pues, a formular nuestro sistema desde el punto de vista nuestro y desde el punto de vista de los cristianos. 
    Hay que hacer notar ante todo que los hombres dotados de malos instintos abundan más que los de buenos sentimientos. Por esta razón hay que esperar mejores resultados cuando se gobierna a los hombres por medio de la violencia y el terror, que cuando se trata de gobernarles por medio de las discusiones académicas. Todo hombre aspira al poder; cada uno quisiera convertirse en dictador; si esto fuera posible al mismo tiempo, muy poco faltaría  para que no estuvieran todos prontos a sacrificar el bien de los demás, a trueque de  conseguir cada uno su propio provecho.   ¿Qué es, pues, lo que ha reprimido hasta ahora a esa bestia feroz que se llama hombre? ¿Qué es lo que ha podido dirigirle hasta el presente? Al iniciarse el orden social, el hombre se ha sometido a la fuerza bruta y ciega; más tarde, a la Ley, que no es más que esa misma fuerza, pero disfrazada. De donde yo saco la conclusión que, según la Ley  natural , el derecho radica en la fuerza. La Libertad Política es una idea y no un hecho.  Se necesita saber aplicar esta idea cuando es necesario  atraer las masas populares a un partido con el cebo de una idea, si ese partido ha resuelto aplastar al contrario que se halla en el poder. Este problema resulta de fácil solución si el adversario se mantiene en el poder en virtud de la idea de libertad, de eso que se llama Liberalismo, y sacrifica un poco de su fuerza en obsequio de esa idea: Libertad. Y he aquí por dónde ha de llegar el triunfo de nuestra teoría: una vez que se aflojan las riendas del poder, inmediatamente son recogidas por otras manos, en virtud del instinto de conservación, porque la fuerza ciega del pueblo no puede quedar un solo día sin tener quien la dirija, y el nuevo poder no hace otra cosa sino reemplazar al anterior debilitado por el Liberalismo. 
    En nuestros días, el poder del oro ha reemplazado al poder de los gobiernos liberales. Hubo un tiempo en que la fe gobernaba. La idea de libertad es irrealizable, porque nadie hay que sepa usar de ella en su justa medida. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje. Surgen al punto las discusiones, que se transforman luego en luchas sociales, en las que los Estados se destruyen, quedando su grandeza reducida a cenizas.  
    Sea que el Estado se debilite en virtud de sus propios trastornos, sea que sus disensiones interiores lo ponen a merced de sus enemigos de fuera, desde ese momento, ya puede considerarse como irremediablemente perdido; ha caído bajo nuestro poder. 
    El despotismo del Capital, tal como está en nuestras manos, se le presenta como una tabla de salvación y a la que,de grado o por fuerza, tiene que asirse, si no quiere naufragar. 
    A quien su alma noble y generosa induzca a considerar estos discursos como inmorales, yo le preguntaría: Si todo Estado tiene dos enemigos y contra el enemigo exterior le es permitido, sin tacharlo de inmoral, usar todos los ardides de guerra, como ocultarle sus planes, tanto de ataque como de defensa; sorprenderlo de noche o con fuerzas superiores, ¿por qué estos mismos ardides empleados contra un enemigo más peligroso que arruinaría el orden social y la propiedad, han de reputarse como ilícitos e inmorales? ¿Puede un espíritu equilibrado esperar dirigir con éxito las turbas por medio de prudentes exhortaciones o por la persuasión, cuando el camino queda expedito a la réplica, aun la más irracional, si se tiene en cuenta que ésta parece reducir al pueblo que todo lo entiende superficialmente? Los hombres, sean de la plebe o no, se guían casi exclusivamente por sus pasiones, por sus supersticiones, por sus costumbres, sus tradiciones y sus teorías sentimentales; son esclavos de la división de partidos que se oponen aun a la más razonable avenencia. Toda decisión de las multitudes depende, en su mayor parte, de la casualidad, y cualquier resolución suya es superficial y adoptada con ligereza. En su ignorancia de los secretos políticos, las multitudes toman resoluciones absurdas y la anarquía arruina a los gobiernos.  
    El que quiera dominar debe recurrir a la astucia y a la hipocresía. Esas grandes cualidades populares, franqueza y honradez, son vicios en política, porque derriban de sus tronos a los reyes mejor que el más poderoso enemigo. Estas virtudes deben ser atributos de los príncipes cristianos; pero nunca debemos tomarlas por guías de nuestra política.  Nuestro objeto es apoderarse de la fuerza. La palabra Derecho es un concepto abstracto, al que nada corresponde en el orden real y con nada se justifica.  Esta palabra simplemente significa: Dame esto que yo quiero, para probar que yo soy más fuerte que tú... ¿Dónde empieza y dónde acaba el derecho? En un estado en el que el poder está mal organizado, en el que las  leyes y el gobierno se han convertido en algo impersonal, como efectivamente sucede con los innumerables derechos que el Liberalismo ha creado, yo veo un nuevo derecho: el de echarme en virtud de la ley del más fuerte,  sobre el orden, sobre todos los reglamentos y leyes establecidos, y trastornarlos; el de poner mano sobre la ley, el de reconstruir a mi antojo todas las instituciones y constituirme amo y señor de los que nos abandonan los derechos que su propia fuerza les había dado, y a los que han renunciado voluntariamente, liberalmente...  
    Gracias a la debilidad actual de todos los gobiernos, el nuestro será más duradero que cualquier otro, porque será  invencible hasta el último momento, y quedará tan profundamente arraigado que no habrá astucia que pueda causar su ruina...   De todos los males más o menos transitorios que hasta hoy nos hemos visto obligados a causar, nacerá el bien de un gobierno inconmovible que restablecerá la marcha normal del mecanismo de la existencia nacional, perturbada  por el Liberalismo. El éxito justifica los medios. Pongamos la atención en nuestros proyectos, pero fijándonos menos en lo bueno y lo moral que en lo necesario y en lo útil.   
    Tenemos delante de nosotros un plan en el que están estratégicamente expuestos los lineamientos de los que no  podemos desviarnos sin peligro de ver destruidos el trabajo de muchos siglos.  Para encontrar los medios que conducen a este fin, debemos tomar en cuenta la cobardía, la volubilidad, la  inconstancia de las multitudes; su incapacidad para comprender y valorizar las condiciones de su vida y de su bienestar. Es necesario no perder de vista que la fuerza de las multitudes es ciega e insensata; que no discurren,  que oyen lo mismo de un lado que del otro. Un ciego no puede guiar a otro sin caer ambos al precipicio. Pues de igual manera los hombres de las turbas, salidos del pueblo, aunque estén dotados de un genio singular, les hace  falta comprender la política y no pueden intentar con éxito dirigir a los demás sin causar la ruina de una nación.  Sólo un individuo preparado desde su niñez a la autocracia puede conocer el lenguaje y la realidad políticas. Un pueblo abandonado a sí mismo, es decir, puesto en manos de un advenedizo, se arruina por las discordias de los partidos que excitan la sed del mando y por los desórdenes que de esto se originan. ¿Pueden por ventura las turbas populares razonar serenamente, sin rivalidades intestinas y dirigir los asuntos del Estado, que no pueden ni   deben confundirse con los intereses personales? ¿Pueden defenderse contra los enemigos de fuera?. Esto es imposible. Cualquier plan dividido entre tantas cabezas como son las de las multitudes, resulta ininteligible e irrealizable.   
    Sólo un autócrata puede elaborar planes vastos y claros; dar a cada cosa el lugar que le corresponde en el mecanismo de la máquina del gobierno. Digamos, pues, en conclusión, que para que un gobierno pueda ser útil al pueblo y alcanzar el fin que se propone, debe estar centralizado en las manos de un individuo responsable. Sin el despotismo absoluto, la civilización es. imposible; la civilización no es obra de las masas, sino del que las dirige, sea éste el que fuere. La multitud es un bárbaro que en todas las ocasiones demuestra su barbarie. Tan pronto como las turbas arrebatan su libertad, ésta degenera en anarquía, que es el más alto grado de barbarie.  
    ¡Ved esos animales ebrios de aguardiente, embrutecidos por el vino, esos hombres a quienes al mismo tiempo que se les ha dado la libertad se les ha concedido el derecho de beber hasta ahogarse! Nosotros no podemos permitir  que los nuestros caigan tan bajo.  
    Los pueblos cristianos están idiotizados por el alcohol y los licores; su juventud embrutecida por los estudios  clásicos y el libertinaje precoz al que la han empujado nuestros agentes-maestros, criados, gobernantes, en las casas ricas; otros agentes nuestros, nuestras mujeres, en los centros de diversión de los Cristianos. A estas últimas hay que sumar las que se llaman mujeres de mundo, imitadoras voluntarias del libertinaje de aquéllas y de su lujo.  
    Nuestra palabra de orden es la fuerza y la hipocresía. Sólo la fuerza puede triunfar en política, principalmente si permanece velada por el talento y demás cualidades necesarias a los hombres de Estado.  
    La violencia ha de ser un principio: la hipocresía y la astucia una regla para los gobernantes que no quieran dejar caer su corona en las manos de una fuerza nueva. Este mal es el medio único de llegar al fin: el bien.  Por lo mismo, no debemos detenernos como espantados delante de la corrupción, del engaño, de la traición, siempre que ellos sean medios para llegar a nuestros fines. En política se necesita saber echarse sin vacilaciones  sobre la propiedad ajena, si por este medio podemos obtener la sumisión de los pueblos y el poder.  
    Nuestro Estado, en esta conquista pacífica, tiene el derecho de reemplazar y sustituir los horrores de la guerra por las sentencias de muerte, menos ostensibles, pero más provechosas para mantener vivo este terror que hace a los pueblos que obedezcan ciegamente. Una severidad justa, pero inflexible, es el principal factor de la fuerza de un Estado, y esto constituye no sólo una ventaja nuestra, sino también un deber, el deber que tenemos de adaptarnos a este programa de violencia y de hipocresía, para alcanzar el triunfo.  Tal doctrina basada sobre el cálculo es tan eficaz como los medios de que se sirve. No es, pues, solamente por estos medios, sino también por esta doctrina de la severidad como someteremos todos los gobiernos a nuestro Super-Gobierno. Bastará que se sepa que somos inflexibles para reprimir todo conato de insubordinación.   
    Somos los primeros que en los tiempos que se llaman antiguos echamos a volar entre el pueblo las palabras: LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD; palabras tantas veces repetidas en el correr de los años por  cotorras inconscientes que, atraídas de todas partes por este cebo, no han hecho uso de él sino para destruir la  prosperidad del mundo, la verdadera libertad del individuo, en otras épocas tan bien garantizada contra las  violencias de las turbas. Hombres que se juzgan inteligentes, no han sido capaces de desentrañar el sentido oculto de estas palabras, ni han visto la contradicción que ellas encierran, ni han comprendido que no puede haber  igualdad en la naturaleza, ni puede haber libertad, y que la naturaleza misma ha establecido la desigualdad de espíritus, de caracteres, de inteligencias tan estrictamente sometidos a sus leyes; tampoco han comprendido que las turbas. son una fuerza ciega; que los advenedizos que ellas escogen para que las gobiernen no son menos  ciegos ni más entendidos en política que ellas mismas; que el iniciado en estos secretos, así sea un ignorante, será apto para el gobierno, mientras que las multitudes de los no iniciados, aunque sean grandes talentos, nada entienden de política.  
    Todas estas consideraciones no están al alcance de las inteligencias de los Cristianos; sin embargo, en ellas  descansa el principio de los gobiernos dinásticos: el padre transmitía a su hijo los secretos de la política, desconocidos a cualquier otro que no fuera de la familia reinante, a fin de que esos secretos no fueran  traicionados. Más tarde, el sentido de la transmisión hereditaria y de los verdaderos principios de la política se  perdió. El éxito de la obra fue en aumento.  Sin embargo, en el mundo las palabras Igualdad, Libertad y Fraternidad, con la intervención de nuestros agentes incondicionales, incorporaron a nuestras filas verdaderas legiones de hombres que tremolaron con entusiasmo nuestras banderas. Pero estas palabras son la carcoma que roe y destruye la prosperidad de todos los Cristianos, destruyendo por completo la paz, la tranquilidad, la unión,- minando todos los fundamentos de sus Estados.  Vosotros veréis en seguida que esto contribuye a vuestro triunfo: nos da, entre otras cosas, la posibilidad de obtener la victoria más importante: es decir, la abolición de los privilegios de la aristocracia de los Cristianos y del único medio de defensa que tenían contra nosotros los pueblos y las naciones. Sobre las ruinas de la aristocracia natural y hereditaria, hemos alzado nuestra aristocracia de la inteligencia y del dinero. Hemos tomado por criterio de esta aristocracia la riqueza, que depende de nosotros, y la ciencia que está dirigida por nuestros sabios.  Nuestra victoria ha sido tanto más fácil cuanto que nosotros, en las relaciones que tenemos con los hombres de que necesitamos para nuestro fin, sabemos siempre herir las fibras más sensibles del espíritu humano: el cálculo, la codicia, la insaciabilidad de las necesidades materiales de los hombres; cada una de estas debilidades explotada  separadamente es capaz de ahogar el espíritu de iniciativa, poniendo la voluntad de los hombres a la disposición  del que compra su actividad.  El concepto abstracto de la libertad ha hecho posible el persuadir a las multitudes de que un gobierno no es más  que un gerente del propietario del país, es decir, del pueblo, y que se le puede cambiar como se cambia un par de guantes usados. La amovilidad de los representantes del pueblo los pone a nuestro arbitrio; ellos dependen de nuestra elección.