miércoles, 8 de febrero de 2012

PROTOCOLO IX




En la aplicación de nuestros principios debéis atender al carácter del pueblo en medio del que vivís y tenéis que operar: Una aplicación general y uniforme de estos principios, antes que hayamos reeducado al pueblo, no puede dar buenos resultados. Pero aplicándolos prudentemente veréis que no pasarán diez años sin que el carácter más obstinado no haya sufrido transformación y que no contemos con un pueblo más, bajo nuestra dependencia. Cuando llegue nuestro reinado, sustituiremos nuestras palabras de orden liberal LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD no por otras palabras de orden, sino por las mismas trasladadas a su rango de meros conceptos abstractos; nosotros diremos: el derecho a la libertad; el deber de la igualdad; el ideal de la fraternidad. Cogeremos al toro por los cuernos, sin tapujos ni reticencias: hemos destruido ya todos los gobiernos excepto el nuestro; más aún, en muchas partes el nuestro es ya un gobierno de jure. En la actualidad, si hay algunas naciones que levantan protestas contra nosotros, es por mera fórmula, u obedeciendo a nuestros deseos o mandatos, porque el Antisemitismo nos es en cierto modo necesario para gobernar a nuestros hermanos menores. No os explicaré esto con mayor claridad, pues es punto que más de una vez ha sido tratado en nuestras reuniones. En realidad, no hay ya más obstáculos que nos detengan en nuestro camino. Nuestro Super-Gobierno se halla en las condiciones extralegales que se ha convenido en llamar con una palabra demasiado enérgica: DICTADURA En conciencia, puedo afirmar que actualmente somos los legisladores los que dictamos sentencias en materia de justicia, los que condenamos a muerte y otorgamos gracia: Somos como el jefe de un gran ejército y marchamos a su frente, jinetes en el brioso corcel de su general supremo. Gobernaremos con mano firme, pues tenemos en ella las riendas de un partido que fue fuerte en otro tiempo, hoy sometido a nosotros. Tenemos en nuestras manos ambiciones desmedidas, avideces ardientes, venganzas despiadadas, odios rencorosos. De nosotros proviene ese terror que todo lo ha invadido. Bajo nuestras órdenes militan hombres de todas las opiniones, de todas las creencias; restauradores de la monarquía, demagogos, socialistas, comunistas, y todo género de utopías; a todo el mundo hemos enganchado en nuestra empresa, y cada uno de ellos va minando las ruinas de poder y se afana por acabar de derribar lo que aún queda en pie. Todas las naciones experimentan convulsiones y reclaman tranquilidad; están prontas a sacrificarlo todo a cambio de un poco de paz; pero esa paz anhelada no se la daremos mientras no reconozcan nuestro Super-Gobierno abiertamente y con completa sumisión. El pueblo todos los días está gritando que es necesario dar una solución a la cuestión social por medio de un acuerdo internacional en la materia. La división del pueblo en partidos lo ha puesto en nuestras manos, pues para sostener una lucha es indispensable dinero, y el dinero somos nosotros los que lo tenemos en nuestro poder. Podríamos temer una alianza de la fuerza inteligente de los gobernantes con la fuerza ciega de los pueblos, pero hemos tomado todas las medidas que dicta la prudencia para conjurar este peligro: entre esas dos fuerzas hemos levantado una muralla, esto es un terror recíproco. De esta suerte la fuerza ciega del pueblo nos sirve de apoyo y sólo nosotros la podremos dirigir con toda precisión hacia nuestros fines. Y para que las manos de ese ciego, el pueblo, no puedan rechazar nuestra dirección, necesitamos de tiempo en tiempo ponernos en contacto directo con él, si no personalmente, al menos con la intervención de nuestros hermanos más fieles. Cuando ya seamos un gobierno reconocido, conversaremos nosotros mismos con el pueblo en las plazas públicas; lo instruiremos respecto de las cuestiones políticas en el sentido que nosotros necesitamos. ¿Cómo verificar lo que se enseña en las escuelas del pueblo?. Lo que diga el comisionado del gobierno o el mismo gobernante, no puede dejar de conocerse luego en todo el Estado, porque se difundirá inmediatamente por la voz del pueblo. Para no destruir prematuramente las instituciones de los Cristianos, hemos movido por medio de una mano inteligente todos los resortes de su mecanismo. Estos resortes estaban dispuestos en un orden severo, pero justo; nosotros los hemos reemplazado por una arbitrariedad desordenada. Hemos desarreglado la jurisdicción, las elecciones, la prensa, la libertad individual, y más que nada, la educación y la instrucción, que son las piedras angulares en las que la existencia libre debe descansar.Hemos corrompido, embrutecido y prostituido la juventud cristiana por una educación cimentada en principios y teorías que sabemos son falsos y que no obstante han sido inspirados por nosotros.A más de esto, las leyes existentes, sin mudarlas en su esencia, las hemos desfigurado con interpretaciones
contradictorias, obteniendo resultados admirables. Estos se manifiestan desde luego en esas glosas y comentarios, disfrazando las leyes, han sido ocultadas discretamente a los ojos de los gobernantes y las han dejado imposibles de reconocer en medio de una legislación por demás embrollada.De aquí procede la teoría del tribunal de la conciencia. Y vosotros diréis que si los pueblos se dan cuenta antes de tiempo de estas maniobras, se revolverán contra nosotros con las armas en la mano; pero si llegara este caso, en todos los países de Occidente tenemos preparada una maniobra tan terrible, que aún los ánimos más esforzados temblarán: en todas las grandes capitales se irán estableciendo Los metropolitanos (tranvías subterráneos) y nosotros los volaremos por medio de la dinamita con todas las organizaciones y todos los documentos del país.

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