PROTOCOLO VIII
Debemos encontrar en las sutilezas y minucias del    lenguaje jurídico una justificación para aquellos    casos en que nos veamos en la necesidad de pronunciar sentencias    que pudieran parecer demasiado atrevidas o injustas; pues    importa mucho al formular tales sentencias hacerlo en términos que    revistan la apariencia de máximas morales muy elevadas y un aspecto netamente legal. Nuestro gobierno debe    rodearse de todas las fuerzas de la civilización, en  medio de la que tiene que operar. Conforme a esto, se    rodeará de publicistas, de jurisconsultos experimentados,    de hacendistas, de diplomáticos, en una palabra, de hombres    preparados por una educación superior especial en es cuelas también especiales. Estos hombres deberán    conocer los secretos de la existencia social, todos los    idiomas  formados de letras y de palabras políticas; deberán    tener conocimiento de las inclinaciones y costumbres de la  naturaleza humana, de sus cuerdas sensibles que deben saber tocar    con acierto. Estas cuerdas son: la ternura del alma de los Cristianos, sus inclinaciones, sus debilidades, sus    vicios y sus cualidades, sus particularidades de clase  y condición. Ya se sobreentiende  que esos    colaboradores de nuestro gobierno no serán sacados de entre    los  Cristianos acostumbrados a desempeñar el trabajo    administrativo sin preocuparse  del resultado feliz.  Los  gobernantes cristianos firman los papeles sin leerlos; sirven por    interés personal o por ambición. Rodearemos  asimismo nuestro gobierno de todo un mundo de economistas. He    aquí por qué las ciencias económicas son las    más   útiles y por qué importa tanto que se enseñen    a los judíos. Estaremos rodeados de una pléyade de    banqueros,  industriales, capitalistas y más que todo esto, de    millonarios, supuesto que, en último término los    guarismos son los  que todo lo deciden. Por algún tiempo. mientras llega el    momento de confiar sin peligro los puestos de  responsabilidad en los gobiernos de las naciones a nuestros    hermanos judíos, los encomendaremos a individuos cuyo pasado y carácter sean tales que en caso de    desobediencia a nuestros mandatos no les quede otra cosa que  esperar sino el destierro o la muerte; así ellos    defenderán nuestros intereses hasta el último    aliento.


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