lunes, 29 de agosto de 2011

El jardin del paraiso ( Un canto a la libertad )



En ese desierto, tan solo tú puedes adentrarte y descubrir…
                ALZENNA AL-YANNA (El Jardín del Paraíso) 




Hace tiempo, mucho tiempo, en un país allá por el lejano oriente, se contaba una leyenda, que aseguraba, que en lo más profundo del desierto, existía un lugar llamado Alzenna Al-Yanna (El jardín del paraíso). Un oasis rodeado de jardines, en el que florecían las flores más bellas conocidas, árboles cuyas frutas endulzaban los paladares más exigentes sólo con el aroma que sus frutos desprendían, manantiales de aguas cristalinas, cuya bebida embriagaba más que los más viejos y exquisitos vinos del país.
         Se decía, que aquel que tan sólo alcanzara a divisar Alzenna Al- Yanna, nunca más volvería la mirada atrás, la felicidad irradiaría todo su ser y su espíritu permanecería en él hasta el final de los tiempos.
        Aunque deseado, muy pocos hombres habían osado penetrar en el aquel desierto a la búsqueda de aquel maravilloso jardín, y aquellos que lo habían intentado, en su mayoría habían fracasado, las caravanas que viajaban atravesando el desierto lo atestiguaban, trayendo pertenencias que habían encontrado junto a sus cadáveres y que sus amigos o familiares reconocían.

      Yamir Tareg  había escuchado la leyenda, y soñaba con el poder y las riquezas que alcanzaría si llegara a encontrar el paradero de Alzenna Al- Yanna.  
     Un día, abandonó el poblado y adentrándose en el desierto partió en su búsqueda. Antes de salir, había llenado sus alforjas de víveres, alimentó y dio de beber  a su acompañante en aquella aventura, el más resistente y hermoso  camello de la zona, regalo que había sido de su padre y que en caso obligado, sabría retomar el viaje de vuelta y llevarlo de nuevo a casa.
   Habían pasado  tres semanas desde que partió, y Yamir no lograba encontrar huella alguna de Alzenna Al- Yanna,  los víveres aún racionándolos se iban agotando, pensamientos de temor inundaban su mente,  recordaba con añoranza la seguridad de su hogar y el cariño de su amada. Desfallecido y temeroso, pensó, que si daba marcha atrás, aún podría llegar a su poblado, todavía le quedaba en las alforjas algunos víveres y agua suficiente para retomar el camino y volver con los suyos. El deseo de encontrar Alzenna Al- Yanna se había esfumado, y ya tan sólo deseaba salvar su vida.
        Días más, tarde una caravana de beduinos lo encontró perdido y casi deshidratado dando tumbos por el desierto. 
     Abdul Kalib  era un hombre bueno, había escuchado de sus abuelos y de sus padres la historia de Alzenna Al- Yanna. Todos hablaban  de aquel maravilloso jardín, y en su fuero interno, se decía que un día iría en su búsqueda, en realidad no comprendía que  nadie se aventurara a encontrarlo.   Soñaba con el día de su partida, y ese día, por fin había llegado. Al amanecer se despidió de su esposa e hijos, y partió en la búsqueda de Alzenna Al-Yanna.
      Cuatro semanas  después, cansado y debilitado, Abdul Kalib comenzó a dudar de  la existencia de Alzenna Al- Yanna  ¿No sería sólo fruto de la Imaginación de los hombres?   La soledad, él calor abrasador del desierto, la falta de agua, y sobre todo, la falta de fe, mermó sus ilusiones. Aquel amanecer, volvió sobre sus pasos con un sólo deseo. Tener fuerza para llegar al hogar abandonado.
       Almutabár  un hombre sabio, al igual que Yamir y Abdul, conocía la leyenda de Alzenna Al- Yanna.    Todas las noches antes de dormir rezaba sus oraciones;  Señor hazme digno de hallar Alzenna Al- Yanna,  luego, se arrodillaba y con lágrimas en los ojos pedía perdón por solicitar tal dignidad.    Cuentan que un día, en silencio, le vieron adentrarse en desierto. Los que lo amaban lloraban, algunos reían al ver que Almutabar, partía tan sólo con una alforja  y una vara en la que apoyar sus pasos.
       Cinco semanas más tarde, a más de 50 grados de calor,  Almutabár  caminaba sin volver la vista atrás,  avanzaba trabajosamente pero con paso firme, la arena reflejaba la luz brillante del Sol,  a cada paso que daba, sus pies se iban enterrando en la arena  y  al mirar a lo lejos,  sus ojos sólo alcanzaban a ver las dunas que se perdían en la inmensidad del desierto. Al anochecer, el frío atenazaba sus huesos, pero Almutabár rezaba a su Dios para que lo protegiera y éste le daba fuerza para alcanzar la mañana.
    Aquel amanecer, Almutabár emprendió de nuevo el camino.  Habían pasado varias horas, cuando observó con temor, que era seguido de cerca por una manada de hienas, gritó a la vez que levantaba el bastón de forma amenazante, pero tan solo consiguió enfurecer a las fieras. En aquel momento temió por su vida. Pensó, que si estas se daban cuenta de su temor, lo atacarían sin piedad.    Almutabar se arrodilló y rezó a su Dios,  pidiéndole que lo protegiera, las fieras se iban acercando lentamente, Almutabar rezaba, en su rostro ya no había temor, más bien se palpaba una serenidad fuera de lo común.  Luego se levantó y extendió los brazos hacia el cielo. Las hienas, quizás sorprendidas ante tanta serenidad,  comenzaron dando pequeños aullidos a retroceder lentamente, hasta que poco a poco desaparecieron entre las dunas para nunca más volver.
    Varios días más tarde,  Almutabár seguía caminando, pero ya sus pasos no eran firmes, el cansancio, la falta de alimentos y de agua, hicieron mella en su debilitado organismo. Su único compañero, el Sol, lo vigilaba desde el espacio, su cuerpo  caía una y otra vez sobre la arena, pero aún así no perdía la fe, presentía que Alzenna Al- Yanna se encontraba cerca y que esperaba ser descubierta por él, más, si su mente era inquebrantable, su cuerpo estaba débil, y por fin, las fuerzas lo abandonaron y cayó maltrecho y definitivamente sobre la arena. Durante varias horas,  permaneció tumbado sin poder moverse.  Por fin Almutabár pudo abrió los ojos y miró hacia el horizonte. Apenas tenía fuerza para arrodillarse, en un último esfuerzo logró ponerse de rodilla  y rezó a su Dios.   Cuentan, que en aquel momento la tierra se abrió y surgió de su interior el más bello y hermoso oasis que ningún hombre pudiera haber contemplado jamás. Alzenna Al-Yanna, y cuentan que Almutabár de adentró majestuosamente en él y que desde entonces, mora en su interior, esperando que algún día tú decidas emprender su  búsqueda para poder mostrártelo.




                         ¿Y tú que crees?  ¿Te atreves a buscarlo... a buscarte?


                     

3 comentarios:

  1. Con tu permiso cuelgo un cuento de Jorge Bucay: el Buscador
    Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador.

    Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.

    Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
    Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
    El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción …
    “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”.
    Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar…

    Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente conmocionado.
    Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida.

    Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.

    Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

    El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
    - No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.

    El anciano sonrió y dijo:
    -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fu lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿ Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba.
    Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

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  2. Hola! Muy buen cuento! Gracias por compartirlo con el resto de nosotros... El cuento de Jorge Bucay también es muy bueno, ya lo conocía. Una vez en roma me habían contado un cuento similar y me alegro de haberlo encontrado para poder guardarlo y tenerlo siempre a mano. Saludos!

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  3. Saludos Mirna, no sé si nos conocemos, de todas formas te agradezco tu comentario.

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