lunes, 17 de septiembre de 2012

El extraño relato de un anciano





El extraño sueño del anciano


De aquellos años, guardo en mi corazón, aquellas pequeñas narraciones que mi abuelo solía contar al acostarme, y sobre estas, siempre recordaré aquella intensa historia sobre el anciano y el joven.  Recuerdo que al narrarla,  no podía evitar el temblor de su voz. Con el tiempo, he llegado a pensar que posiblemente para él, aquella historia tendría un significado especial. Por mi parte he de decir, que después de tantos años, cierro los ojos y aún puedo ver su imagen y escuchar el tono tembloroso de su entrañable voz. 

El anciano arropó al pequeño, tomó sus manitas y susurró…Hoy te contaré un cuento sobre un hombre que abandonó a su anciano padre cuando este apenas podía valerse por sí mismo.     Dicen de él, que durante algún tiempo perdió parte de su conciencia, hasta tal punto que… Espera, espera, creo que lo mejor será que te cuente esta historia desde el principio. 

El anciano estaba sentado sobre el cartón que el mismo había colocado en el suelo, la barba blanca y descuidada, unos pantalones grises roídos por el tiempo y una camisa vieja y mal abotonada, la mirada perdida en el horizonte. 
El viejo dejaba pasar los días, sobre sus arrugadas manos sostienen un cuenco en el que espera pacientemente que caigan algunas monedas que puedan ayudarle a sobrevivir al menos ese día.    Sus ojos brillan al mirar hacia atrás. 

Atrás… lejos quedan aquellos años, cuando la piel era tersa y no importaba que el sol la abrasara o la lluvia la acariciara, atrás queda su niñez y su juventud, su querida esposa y su hijo pequeño. ¿Cómo pudo llegar a esa situación? ¡Se pregunta! Cierto es que sus movimientos son lentos y un poco torpe, que tiene ciertas dificultades incluso para expresarse, y que su ayuda o sus consejos ya no es requerida. su lugar en casa, se situaba en aquella pequeña habitación por donde ya nadie pasaba. 
El siempre había intentado no molestar, y por supuesto nunca se había entrometido en ciertos problemas por los que habían pasado la pareja, y no obstante y cada vez más a menudo, se repetían tras las paredes aquellas conversaciones en las que se conformaba la forma de expulsarlo de su propia casa. 

Un día su hijo acompañado de su mujer entraron en la habitación, y con una sonrisa que no recordaba le dirigieran desde tiempos inmemorables le dieron la noticia...  En una semana lo remolcarían dirección a una residencia de ancianos, donde según ellos, estaría bien atendido y acompañado de gente de su misma edad con los que podría entablar amistad. Por supuesto, todo lo hacían evidentemente por él.

En el asilo malvivió durante varios meses, hasta que un día el Ayuntamiento de la localidad dio orden de precinto de la mal llamada, residencia de ancianos, dado que se detectaron malos tratos a los 36 ancianos que allí residían. 

De vuelta a casa y dado el mal trato que le dispensaban su mal llamada familia, no tuvo más remedio que emigrar hacia la búsqueda de algún sitio donde pudieran acogerlo como a un ser humano, pero ese lugar nunca llegó a encontrarlo y por ello en esos momentos se encontraba sentado sobre aquel cartón. 

Sin trabajo y sin un techo donde cobijarse terminó siendo un vagabundo que vivía de las migajas que la gente le ofrecía, por las noches dormía sobre cartones o cobijándose en casas abandonadas prestas para su demolición. En cierta ocasión en su vagabundear por las calles se topó con su antigua casa, con sigilo se acercó a ella y tras la ventana pudo observar a su hijo que junto con su esposa y su nieto se calentaban en aquella chimenea que el mismo había construido para resguardar del frío a su difunta esposa y a su amantísimo pequeño.           El viejo lloró y sus lágrimas expresaron el decaimiento tan intenso en el que se encontraba. 

Se despertó envuelto en sudores, sus manos temblaban como las del anciano de sus sueños, nunca había tenido un sueño tan real, tanto, que necesitó ver su cara reflejada en el espejo para asegurarse de que no era aquel viejo. La psique le había jugado una mala pasada, hacía varias semanas que había ingresado a su padre en una residencia de ancianos y posiblemente por ello había tenido aquella especie de pesadilla. Pensó que lo mejor era tomar un buen desayuno y escuchar un poco de música, eso, posiblemente le relajaría.

Apoyado en su “carrito de la compra”, el anciano pasa sus días rebuscando en los cubos de basura, algo que alimente su maltrecho cuerpo, va añadiendo al carro objetos de lo más extraños, juguetes viejos, paraguas, perchas rotas, y demás artículos inservibles que siempre le acompañan. Tirado en el suelo, ve un espejo, lo recoge y se observa; Su ropa llena de remendones, sus guantes rotos, sus zapatos agujereados y su barba descuidada y sucia, ¿Quién eres? Pregunta al espejo, ¡Tú no eres yo! Grita arrojándolo violentamente al suelo, luego con lágrimas en los ojos continuos tristes su camino. Hace frío y tiene hambre, huele a lluvia, comienzan a caer las primeras gotas, pero él no corre, no tiene donde refugiarse y lentamente continua caminando.

Despierta sobrecogido, se dirige al espejo, quiere ver su rostro joven, asegurarse de nuevo, quiere saber quién es, pero ya no está seguro, el sueño es tan real, son varias semanas enfrentándose a la misma pesadilla, no quiere cerrar los ojos, comienza a dudar, ¿Sueña al mendigo, o es el mendigo quien lo sueña a él. 

El anciano continúa caminando, atrás ha quedado el carro con sus pertenencias, ya no le hace falta, se tambalea y cae al suelo, la lluvia empapa su cuerpo, en su mano agarra fuertemente algo parecido a una carta, nadie lo ve o quizás, nadie quiere verlo, abre los ojos, aún le quedan fuerzas para elevar la mirada hacia el cielo y sonreír. 

Lo encontraron en su cama, diagnóstico, infarto de miocardio. Un viejo anciano coge su manos y las besa a la vez que llora desconsoladamente. Le entregan la carta que su hijo agarraba cuando murió. 

Aquello en lo que creo me convierto;     Todo es real y todo ilusión.     Difícil distinguir una cosa de otra. 
He  creado mi propio mundo, y nadie puede ayudarme a salir de él.... ecepto yo mismo.

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